viernes, 17 de abril de 2009

Quemar después de leer (2008)

















Disfrazada de descacharrante revisión-parodia del cine de espías, "Quemar después de leer" es, bajo ese resultón popurrí genérico, y antes que nada, una feroz radiografía de animales comunes de la alta burguesía norteamericana de la sociedad del bienestar. A los Coen les seduce, sin duda, la mofa y el escarnio de las proposiciones argumentales tradicionales del thriller estadounidense de cloacas: agentes de la CIA que amenazan con tirar de la manta, archivos vitales para la seguridad nacional robados, chantajes, post guerra fría, ajustes de cuentas... pero todo ese divertido barniz es poco más que un señuelo. Lo que de verdad interesa a los directores de "No es país para viejos" es el estudio caracterial de un puñado de cincuentones fracasados, hundidos en la rutina y testigos pasivos del derrumbe de sus respectivos mundos sentimentales, de su propia cordura.
En ese sentido la última de los Coen es más un retrato polifónico de corte social, un espejo de miserias de una cierta clase media-alta nortemericana que digiere la madurez con ardor de estómago. El juego político, los flirteos con la intriga son el hilarante contrapunto a ese caos doméstico y sentimental con síntomas de patología social. El quid de la cuestión de la comedia es el disparate de ver a un puñado de minusválidos emocionales incapaces de gobernar la nave de su vida pululando por los alrededores de la alta política y de las grandes cuestiones que atañen a la seguridad del país. El punto fuerte de "Quemar después de leer" es la descripción de la fauna, de su hábitat y sus deleznables usos y costumbres. Enganchados al bisturí, a la cirugía plástica, a las citas a ciegas vía internet, a la infidelidad por principio al culto desmesurado al palmito, a la chulería de gimnasio... Una vez más los Coen lo bordan en el dibujo de personajes, marcianos todos de carne y hueso, necios de libro que se parecen demasiado, a pesar de sus desmesuraros tics, a personas que todos conocemos.
Rara vez naufragan los Coen, soberbios guionistas, en esa parcela. Ahora bien, "Quemar después de leer" se mueve entre dos aguas, entre la comedia excéntrica y estrambótica tipo "El gran Lebowski", la comedia romántica de lengua viperina tipo "Crueldad intolerable" más puntuales retazos de comedia negra, que no es sino la especialidad de la casa de los geniales hermanos. Sucede que la cinta parece transitar por tierra de nadie, buscando su sitio, indecisa a la hora de señalar el rumbo. Las oscilaciones de tono (lo cual no ha de ser necesariamente un defecto) son constantes, y su predilección por la estructura espisódica es discontinua.
La sensación es que las varias subtramas no siempre se encuentran en el lugar deseable, que unas se comen a las otras mientras aquellas desaparecen sin aparente razonamiento. "Quemar después de leer" es por todo ello, una película errática, salpicada de perlas sublimes y habitada por caracteres de altísima comedia que, no obstante, interactúan a trompicones. Le falta a la película la causticidad en cuchara grande de las mejores comedias de los Coen y, sobre todo, el brillante equilibrio estructural de su mejor cine. Así las cosas se lee la cinta como lo que es, un producto menor en el contexto del cine de sus autores, una cinta de transición, un paréntesis lúdico de muchos quilates (ojo a los inmensos John Malkovich y Tilda Swinton) después de la tajante hondura sociológica de la magnífica "No es país para viejos".)20minutos.es Cine
Lo importante es constatar de nuevo la visión coensca de la vida: Azaroso y caótico es el ridículo mundo que habitamos.

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